Estaba el pequeño niño perdido en aquella isla. La isla mínima la nombran algunos... Fue una potencia, fue una isla llena de tesoros (in)tangibles, llena de miles de cosas que se llevó por delante el huracán de la vida, que destrozó cada milimetro y la dejo allí, sola y desolada con un niño sentado en el centro.
Pobre niño pensaban algunos, perdido, suplicando encontrar aquello que tanto tuvo y desapareció en un instante. Muchos centraron sus rezos en la pena del niño y perdían la conciencia de que quizás no sólo estaba el niño, estaba la isla que había que volver a forjar... Había que reconstruir todo lo perdido con la mínima fuerza de un niño destruido por su propia ruina.
Demasiada responsabilidad para un alma tan blanca que no había jugado en una partida tan compleja nunca y menos aún se ayuda de ninguno de los que vivían allí en los momentos de gloria.
El pequeño sigue sentado, reflexionando, ahogandose entre las bellas flores que tiene alrededor por tal de no levantarse, o lo que es peor, por tal de no levantar la mirada del suelo y ver la realidad.
Sigue sentado ensimismado entre sueños de ayer y hoy, entre alabanzas y recriminaciones, entre el miedo y la esperanza dejando pasar el tiempo, esperando dejar de existir.
Parado, quieto, tratando de encontrar el grito que le despierte y observe como su isla vuelve a nacer.
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